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Internacionales/ polémica
La culpa es de Noruega

Por Julián Schvindlerman, analista internacional
Uno de los aspectos más curiosos de la saga de los Acuerdos de Oslo radica en el hecho de que fue Noruega, un país cultural y geográficamente alejado del Medio Oriente y relativamente marginal en la arena de la política internacional, quien logró dar forma y llevar a su conclusión exitosa un canal secreto entre dos enemigos históricos del Medio Oriente.
Jane Corbin en su libro Gaza primero (Bloomsbury, 1994) y Hilde Henriksen Waage en su extensa monografía ¿Noruegos? ¿Quién necesita noruegos? (Instituto Internacional para la Paz en Oslo, 2000), ofrecen un panorama muy rico en detalles acerca de los lazos de Noruega con Israel y la OLP antes y durante las negociaciones secretas que culminaron en el Acuerdo de Oslo.
Durante las cuatro décadas precedentes, esta nación nórdica había mantenido fluidas relaciones con Israel y durante las dos décadas previas había cultivado cercanos nexos con la OLP. Inicialmente, Noruega vio al estado judío como una nación pacifista en un estado de permanente amenaza existencial, a punto tal que en varias ocasiones el Partido Laborista noruego lanzó campañas pro-israelíes con el elocuente eslogan “dejen vivir a Israel”. Asimismo, la orientación socialista original de Israel expresada en el movimiento kibutziano despertó admiración y simpatía en la calle y el establishment noruegos.
Pero luego de la Guerra de los Seis Días la actitud noruega se tornó más crítica respecto de Israel, sobre todo entre los miembros de la nueva generación de políticos de la izquierda, quienes veían la causa palestina con mayor simpatía. Especialmente vocal en este sentido, fue la organización juvenil del Partido Laborista (AUF), en la cual participaban muchos de quienes en 1992 serían instrumentales en la creación del canal secreto entre israelíes y palestinos. Algunos de ellos eran apasionados defensores de la doctrina de la OLP, tal como documentó en un libro de su autoría Haakon Lie, ex Secretario del Partido Laborista noruego. Por ejemplo, Bjorn Tore Godal, futuro ministro de relaciones exteriores, en su capacidad de presidente de la Organización Juvenil del Partido Laborista, aprobó en 1971 el siguiente comunicado: “La AUF apoyará las fuerzas que luchan por la liberación social y nacional del pueblo palestino. La condición para una paz duradera debe ser que Israel deje de existir como un estado judío y que un estado palestino progresista sea establecido donde todos los grupos étnicos puedan vivir lado a lado en completa igualdad”. Terje Rod Larsen, quien tendría un papel central en el canal secreto de Oslo, escribió por su parte, en 1977, como miembro del comité editorial del Palestine News: “No a una solución de dos estados... apoyamos la batalla para la liberación de toda Palestina”.
Mientras que la tradicional posición pro-israelí cedía ante la emergente orientación pro-palestina, las relaciones con la OLP se expandieron gradual pero apreciablemente. Durante la primera mitad de la década de los setenta hubo contactos informales con la OLP; a partir de la segunda mitad de dicha década fueron activamente promovidos. Especialmente diligente en crear lazos con la jerarquía de la organización palestina fue Hans Willhelm Longva, desde 1978 embajador noruego en El Líbano y posteriormente embajador en Kuwait. Desde su posición en Beirut Longva estableció contacto con Arafat, desarrolló una buena relación con el líder palestino y participó en los futuros esfuerzos de mediación. En 1974 Noruega votó a favor de invitar a Yasser Arafat a disertar ante la ONU, aunque meses más tarde votó en contra de brindar status de observador a la OLP ante el organismo (esto se debió al negativo impacto doméstico que tuvo la primera decisión). A fines de la década de los setenta la tendencia pro-palestina era visible: políticos, diplomáticos y militares noruegos mantenían reuniones con oficiales de alto rango de la OLP.
Para principios de los ochenta, Noruega estaba firmemente encaminada en el sendero marcado por otros partidos socialistas europeos, especialmente en Austria y Suecia, en lo relativo a la modalidad de relaciones con la OLP. El titular del Partido Laborista, Reiulf Steen, se reunió con Arafat en diciembre de 1982. Dos semanas después, una delegación oficial laborista visitó Túnez. Entre quienes pasaron el año nuevo en 1982 junto al titular de la OLP estaban Knut Frydenlund, ex canciller, y Thorvald Stoltenberg, futuro canciller. En abril de 1983 Arafat viajó a Estocolmo a una reunión con líderes demócratas socialistas, entre ellos la entonces Primer Ministro noruega, Gro Harlem Brundtland. Posteriormente dijo: “Encuentro en Arafat una persona interesante y conocedora. No me he topado con un extremista”. En enero de 1989 Stoltenberg realizó la primera visita oficial por parte de un ministro de relaciones exteriores noruego a Túnez, donde residían los cuarteles de la OLP. Desde entonces los vínculos se potenciaron.
A la luz de semejantes muestras públicas de simpatías pro-palestinas, no es sorprendente que cuando en 1991 el partido socialista sueco perdió las elecciones, el saliente canciller -Sven Anderson, un hombre con fuertes nexos con la OLP- dijo al Secretario de Estado noruego Jan Egeland que Suecia le estaba pasando la antorcha a Noruega. Tampoco sorprende que Arafat haya aprobado la participación noruega en el canal secreto, ni que prominentes figuras palestinas involucradas, tales como Abu Mazen y Abu Ala, “se hayan expresado de manera lírica en sus halagos sobre los noruegos” en palabras de una autora.
A inicios de los años noventa, Noruega se implicó profundamente en la confección de uno de los acuerdos más significativos de la diplomacia del Medio Oriente contemporáneo. Un cuarto de siglo después, israelíes y palestinos siguen padeciendo sus consecuencias.


Septiembre 2018 / Tishrei 5779
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